El valor de la fuerza de trabajo y la dislocación social: sobre la cuestión salarial en Venezuela

© Sandra Iturriza

            Uno de los principales dramas del colapso de la economía venezolana durante la Larga Depresión ha sido la pérdida de valor de la mercancía fuerza de trabajo. Esta, y en muchas ocasiones el sujeto humano que porta a la ficticia mercancía, se han vuelto superfluos para la acumulación de capital. Millones de venezolanos optaron por migrar, y así ofertar su fuerza de trabajo en otras sedes geográficas de acumulación; otros optaron por abandonar el mercado de trabajo asalariado e intentar producir un bien o servicio que les ofrezca una fuente de ingresos; otros tantos simplemente abandonaron el mercado de trabajo avasallados por el “molino satánico” (Polanyi dixit), quedando sentenciados al clientelismo, las transferencias monetarias familiares, la beneficencia o el pauperismo. En cualquier caso, se trata de una destrucción de fuerzas productivas de dimensiones inimaginables e irrecuperables. 

I

            ¿Qué determina el valor de la fuerza de trabajo en una economía nacional capitalista? Para las mentalidades nacidas de la sui generis cultura del capitalismo rentístico venezolano, independientemente del contexto, la respuesta a esta pregunta siempre parece ser univoca: la magnitud de la renta internacional del petróleo, es decir, los ingresos captados por el Estado propietario-rentista desde el mercado mundial. Antes por el contrario, esa perspectiva sobre las cosas representa una aberrante simplificación. En toda economía cuya razón de ser de la acción social sea la acumulación incesante de capital, como es el caso de la venezolana, el valor de la fuerza de trabajo será función de la propia acumulación de capital. Más allá, la propia dinámica del mercado de trabajo ─esto es: la oferta y demanda de fuerza de trabajo─ está determinada por el estado coyuntural de la acumulación de capital. En palabras de David Harvey: “el valor de la fuerza de trabajo tiene que ser considerado como un dato en perpetuo movimiento, regulado por el proceso de acumulación. Se puede definir, en pocas palabras, como la remuneración socialmente necesaria de la fuerza de trabajo; socialmente necesaria desde el punto de vista de la continua acumulación de capital”[1].

            A un nivel conceptual los asuntos centrales acá son tres. Primero, la fuerza de trabajo es una mercancía ficticia en el sentido de Polanyi, ya que el sustrato de esta es la vida humana misma y, por tanto, “al desechar la fuerza de trabajo del hombre el sistema podría, incidentalmente, desechar la entidad física, psicológica y moral del «hombre» adjuntado a esa etiqueta”[2]. Segundo, como mercancía ficticia y singular, en el valor de la fuerza de trabajo ingresa lo que Marx llamó “un elemento histórico y moral”[3]. Ello significa que el “nivel de vida” de los asalariados oscila a medida que coyunturas históricas de la acumulación de capital interactúan con la reproducción de la clase trabajadora. Tercero, el valor de la fuerza de trabajo está siempre sometido al equilibrio de poder entre las fuerzas contingentes de la tasa de salarios y las fuerzas necesarias de la acumulación de capital. Entonces, las ganancias y los salarios se condicionan recíprocamente[4].

            En síntesis, el propio proceso de acumulación de capital cuenta con elásticas herramientas para descargar sobre los asalariados, principalmente mediante la creación de superpoblaciones relativas de trabajadores, las crisis de acumulación de capital. Así pues, es la magnitud de la acumulación de capital lo que determina la magnitud de los salarios en las economías capitalistas, independientemente de si la acumulación es motorizada por una renta internacional del petróleo captada desde el mercado mundial. En un escenario de colapso de la acumulación, además de desvalorización y destrucción del capital, como el ocurrido durante la Larga Depresión, el propio proceso capitalista corrige la desproporción entre el capital en circulación y la fuerza de trabajo disponible a través de la creación de una superpoblación relativa de trabajadores, y con ello genera una avalancha de dislocación social.

            ¿Qué relevancia tienen estas precisiones conceptuales para comprender e interpretar la fase de estancamiento de la Larga Depresión venezolana? En primer lugar, el colapso de la economía venezolana ha sido de tal magnitud que se ha rediseñado de manera drástica lo que el proceso de acumulación de capital concibe como la “remuneración socialmente necesaria” para que los asalariados reproduzcan su vida.  Mas allá, el nuevo punto de inicio de la acumulación ha vuelto superflua una gran parte de la fuerza de trabajo de calidad disponible, forzándola a migrar; al tiempo que no garantiza las condiciones sociales para la reposición de esa masa de asalariados a los mismos niveles de formación física, intelectual y moral. En segundo lugar, el rediseño del mercado de trabajo ha sido de tal magnitud, tanto por el lado de la oferta, con la migración de una parte sustancial de los trabajadores y la creación de un “ejercito de reserva” de amplias dimensiones, como por el lado de la demanda, con la hecatombe de la actividad económica, que los estímulos al crecimiento y la acumulación solo pueden venir de “factores externos” como lo son la renta internacional del petróleo o la acumulación por desposesión; capitalismo sin capital, neoliberalismo con características patrimonialistas. Por último, el peso del colapso económico se ha cargado a tal punto sobre los asalariados, que el capitalismo rentístico parece haber erosionado definitivamente a las instituciones políticas y sociales que le hacían posible sobrevivir, quedando atrapado sobre dos trampas: la del caos político y la del equilibrio de mínimo nivel.

            El relanzamiento del proceso de acumulación de capital tras la Larga Depresión, con su característica reorganización empresarial y exceso de población imposible de ser empleada, ha generado un nuevo punto de partida “histórico y moral” para las condiciones de vida de los asalariados, reformateando así a niveles extremadamente bajos la remuneración socialmente necesaria de la fuerza de trabajo. Ahora bien, como en el capitalismo la acumulación está siempre atada a la masa de salarios que los propios capitalistas pagan, la crisis de realización del capital tarde o temprano termina por convertirse en una fuerza disruptiva.

            Existen dos fuerzas subyacentes que pueden modificar el valor de la fuerza de trabajo en la Venezuela de la fase de estancamiento de la Larga Depresión. La primera, y más obvia, es el relanzamiento del capitalismo rentístico. Así, la renta internacional captada se distribuye a escala ampliada para generar un estímulo en la oferta; la acumulación y los salarios se vuelven, en este idílico escenario, función de la magnitud de la naturaleza monetizada y la renta captada. Las limitantes para esta senda han sido ampliamente tratadas en otro lugar[5]. Dicho sin ambages: es una senda agotada y sin futuro. La segunda opción implica ajustar la magnitud de capital en circulación a la remuneración socialmente necesaria de la fuerza de trabajo ─esto es, volver al nivel de vida la variable independiente─, mediante una revolución en la inversión y la productividad, la reestructuración y reorganización empresarial y el cambio tecnológico. Ello significa una reforma estructural por el lado de la oferta y volver a hacer coincidir a las sendas ideotípicas de acumulación mediadas por el insumo-producto y el capital-dinero.

II

            En febrero de 2013, al inicio de la fase de crisis de la Larga Depresión venezolana, el salario mínimo más el bono de alimentación se ubicó en 511,7 dólares estadounidenses (USD) al tipo de cambio oficial, 291,2 USD al tipo de cambio SICAD y 119,8 USD según el tipo de cambio “paralelo”. Por su parte, en enero de 2016, cuando arranca la fase de colapso de la crisis, el salario mínimo más bono de alimentación se situó en 2.795,7 USD según la insólita tasa de cambio oficial, 85,7 USD al tipo de cambio DICOM y 17,8 USD al tipo de cambio “paralelo”. Para septiembre de 2018, luego de que el ejecutivo realizara el giro ortodoxo-monetarista en agosto y lanzara el “Programa de Recuperación Económica, Crecimiento y Prosperidad”, el salario mínimo más bono de alimentación se ubicó en 31,8 USD al nuevo tipo de cambio oficial unificado y 15,9 USD al tipo de cambio “paralelo”.

            En agosto de 2019, el régimen de sanciones internacionales al sector público ─ “medidas coercitivas unilaterales” en la conceptualización oficial─ deja de ser selectivo, pasando a ser integral. Para septiembre de 2019, el salario mínimo más bono de alimentación se situó en 3,13 USD a la tasa oficial. En marzo de 2022, cuando se fija el salario mínimo a 130 bolívares y se solidifica la política de represión salarial aparejada a la estabilización ortodoxo-monetarista, el salario mínimo más bono de alimentación se ubicó en 39,9 USD al tipo de cambio oficial y 39,06 USD al tipo de cambio “promedio”. En mayo de 2023, comienza una reforma radical del modo de regulación de la economía venezolana, con la desaparición progresiva del concepto de “salario mínimo” y la introducción del concepto de “ingreso mínimo”. En ese punto, mayo de 2023, el “ingreso mínimo” se colocó en 71,5 USD al tipo de cambio oficial, de los cuales el denominado “bono de guerra” representó el 39% del total y el bono de alimentación el 53,19%. El índice de salario mínimo real realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), con base 100 en 2018, se ubicó en 64,4 en 2019, 31,2 en 2020 y 11,2 en 2021, para luego ascender a 49,5 en 2022[6].

            De lo que trata el nuevo modo de regulación es de flexibilizar las instituciones, prácticas, regulaciones y, en definitiva, las relaciones sociales de producción en consonancia con el estado de la tasa y la masa de beneficios del capital luego de una Larga Depresión. O lo que es lo mismo, sacrificar al marco legal en el altar de la acumulación por desposesión. Así las cosas, todos aquellos pasivos laborales que impliquen un incremento del costo de la fuerza de trabajo quedan suspendidos por mor a que un incremento del beneficio potencial convenza al capital a entrar en circulación y contratar fuerza de trabajo. El trabajado asalariado, con sus “elementos históricos y morales” acumulados durante décadas y plasmados en el marco legal, queda entonces abolido y reformateado, siendo sustituido por el trabajo a destajo. La bonificación del salario es, pues, el mecanismo de flexibilización mediante el cual el régimen de acumulación de facto intenta encontrar la parte del excedente que distribuye entre capital constante y variable, entre producción y consumo.

III

            En consonancia con la teoría marginal de la productividad del trabajo, la intelligentsia ortodoxa en Venezuela concibe que el remedio para incrementar los salarios es ─ ¿cómo no? ─ acabar con la rigidez del mercado laboral a través de la flexibilización, para que así la oferta y demanda de trabajo gocen de las mieles de la competencia y tiendan al equilibrio. Más concretamente, no conciben incrementos salariales sin incrementos de la productividad. En esta, como en todas las cosas que atañen a cuestiones económicas en el país, las soluciones siempre parten de un diagnóstico característico de la macroeconomía sin empleo ni inversión. Ahora bien, por un lado, el problema del nivel salarial es también el problema del nivel de empleo. Por el otro, la avalancha de dislocación social que generó la Larga Depresión venezolana, con su respectiva descarga de gran parte del peso del colapso sobre el factor trabajo, ha destruido el manto protector de la vida en la que se fundan la economía del intercambio y la economía de las ganancias. Por lo que no será llevando al paroxismo la acumulación por despojo, en detrimento de la vida, la base desde donde se relanzarán ni la senda ideotípica de acumulación mediada por el capital-dinero, ni mucho menos la senda mediada por el insumo-producto capaz de satisfacer necesidades humanas. 

            Como sostuvimos en una anterior entrega, ni el nivel de colapso originado por la Larga Depresión, ni los profundos y acumulados estragos que presenta la economía venezolana en la actualidad, permiten respuestas parciales. Pero tampoco estamos frente a un tipo de crisis que amerite una estabilización macroeconómica que sirva de base al relanzamiento del crecimiento y el bienestar. Al contrario, la economía venezolana necesita una reforma estructural por el lado de la oferta capaz de introducir nuevas combinaciones productivas y transformar la función de producción. De ahí que todo programa económico para el futuro que se aprecie, debe anclarse en dos pilares: el empleo y la inversión.


Referencias

[1] D. Harvey, Los límites del capitalismo y la teoría marxista, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 66.

[2]             K. Polanyi, La Gran transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 2017, p. 134.

[3]             K Marx, El capital: Crítica de la economía política. Tomo I: El proceso de producción del capital, México, Siglo XXI, 1975, Vol. I, especialmente la sesión “compra y venta de la fuerza de trabajo”, p. 2013.

[4]             Véase D. Harvey, Los límites del capitalismo y la teoría marxista, cit., pp. 62-63.

[5]             Véase M. Gerig, La Larga Depresión venezolana: economía política del auge y caída del siglo petrolero, Caracas, Cedes/Trinchera, 2022, especialmente capítulos 2, 6 y 7.

[6] Véase: https://statistics.cepal.org/portal/cepalstat/dashboard.html?lang=es