Malfred Gerig
- Neoliberalismo, destrucción creadora y creación aniquiladora
La sociedad capitalista ─a escala nacional o a escala mundial─, como bien nos enseñó Joseph Schumpeter, está siempre en proceso de transformación. Más allá, esa transformación perenne no sigue frecuentemente un curso ascendente: “en la sociedad capitalista el progreso económico significa derrumbamiento”, aclaró el erudito economista austriaco[1]. La escisión entre una realidad económica en infinito proceso de transformación y derrumbamiento, por un lado, y un análisis económico convencional obcecado por la inmutabilidad y el ascenso, por el otro, conllevan a la usual conjunción de conclusiones falsas a partir de teoremas casi verdaderos de las que habló Schumpeter[2]. Por eso, a la realidad capitalista ─como lo hicieron Marx, Schumpeter o Polanyi─ es siempre pertinente afrontarla desde la perspectiva dialéctica de la destrucción creadora y la creación aniquiladora. Para Schumpeter, el impulso fundamental del capitalismo se encontraba en lo que llamó las nuevas combinaciones: “los nuevos bienes de consumo, de los nuevos métodos de producción y transporte, de los nuevos mercados, de las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista”[3]. Sin embargo, el capitalismo también puede tener un impulso fundamental que no sea como la destrucción creadora, negativo a corto y mediano plazo y creativo a largo plazo, sino que sea negativo a corto, mediano y, sobre todo, largo plazo. A ese tipo de impulso fundamental lo llamamos la creación aniquiladora.
Es precisamente ese tipo de impulso, tan esencial al capitalismo como la destrucción creadora, a lo que Karl Polanyi denominó “el molino satánico”. Para Polanyi, el mundo moderno, nuestro mundo, se encuentra tejido por una dialéctica catastrófica entre el progreso económico y la dislocación social. Así como hay épocas históricas donde el capital y la motivación de la ganancia avanzan por sobre el “mejoramiento casi milagroso de los medios de producción”, también hay épocas donde avanza sobre “una catastrófica dislocación de la vida de la gente común”, como lo expresó brillantemente el propio Polanyi[4]. A criterio del autor de La Gran Transformación, esta dialéctica genera un efecto pendular, o doble movimiento, donde la expansión del mercado ─o mejor dicho: la mercantilización de la vida─ se suele ver contrarrestado por un movimiento en el cual la sociedad se autoprotege.
Polanyi dirá que los arrebatos en favor de la dislocación social generan una gran paradoja, en tanto “no solo los seres humanos y los recursos naturales sino también la propia organización capitalista del trabajo tenían que ser protegidos de los efectos devastadores de un mercado autorregulado”[5]. Entonces, el mecanismo poiético de protección no solo autoprotege a la sociedad de los excesos del móvil de la acumulación de capital por la acumulación misma, sino que protege al propio capitalismo de su descarrilamiento desde la destrucción creadora hacia la creación aniquiladora, la cual también terminaría por socavar los fundamentos de la reproducción del propio capital a mediano plazo.
El periodo histórico-mundial que arranca en 1945 nos ha demostrado las diferencias entre el capitalismo guiado por el “mejoramiento casi milagroso de los medios de producción” (1945-1973) con el capitalismo motorizado sobre la “catastrófica dislocación de la vida de la gente común”. La contrarrevolución monetarista, la financiarización y el neoliberalismo no han sido más que una etapa de creación aniquiladora a escala global. Si Schumpeter vio en la empresa capitalista el motor de las nuevas combinaciones y la destrucción creadora, los neoliberales ven en un conjunto de prácticas político-económicas implementadas desde el Estado una vía más expedita para el cambio social en beneficio de la clase capitalista. Con ello, el mejoramiento de los medios de producción y la destrucción creadora quedaron demodé en favor de la avalancha de dislocación social y la creación aniquiladora. Así, según la ya clásica definición de Harvey:
La neoliberalización puede ser interpretada bien como un proyecto utópico con la finalidad de realizar un diseño teórico para la reorganización del capitalismo internacional, o bien como un proyecto político para restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las elites económicas[6]
Tras cincuenta años de experimentos de neoliberalismo realmente existente a escala global, al igual que Harvey, considero que el segundo proyecto ha sido dominante. El neoliberalismo es un proyecto que, a través de la creación aniquiladora y la avalancha de dislocación social, beneficia en grado superlativo al capital y los capitalistas, en detrimento de las clases asalariadas y el propio capitalismo, lo que nos sitúa, de nuevo, ante la gran paradoja de Polanyi: el capitalismo debe ser protegido por la sociedad de sus propios excesos. A nivel del mundo del trabajo y las relaciones de producción, el neoliberalismo impuso por doquier la destrucción del modo de regulación keynesiano en el Norte global y desarrollista en el Sur, en favor de la implantación de la acumulación flexible. Si durante le era fordista las ficticias mercancías dinero, fuerza de trabajo y naturaleza quedaban sujetas a una regulación que garantizara le reproducción ampliada de capital a mediano y largo plazo, en la era neoliberal los mercados se escindieron de la regulación desde el Estado, quedando la sustancia de la vida subordinada al móvil de la acumulación y los seres humanos desprotegidos ante los estragos del “molino satánico”[7].
Considerado como proyecto para restablecer el poder del capital y la clase capitalista, Venezuela experimentó tres intentos de implementación del neoliberalismo, a saber, el Gran Viraje (1989), la Agenda Venezuela (1996) y el Programa de recuperación económica, crecimiento y prosperidad (2018). Sin embargo, desde el hito del Caracazo de 1989, el doble movimiento polanyiano acompasó al neoliberalismo criollo, y la sociedad intentó protegerse rápidamente de los estragos de la mercantilización exacerbada. Por lo que, durante la Agenda Venezuela, pero sobremanera con el programa de estabilización macroeconómico ortodoxo-monetarista de 2018, haya sido necesario primero un proceso de destrucción a secas de la economía para legitimar las medidas de política económica destinadas a restablecer la acumulación de capital y el poder de los capitalistas, claramente en detrimento de los derechos de los asalariados y de un régimen de acumulación viable a mediano plazo.
Si como dijo Gramsci las crisis económicas colocan en el orden del día la decisión de en qué parte de la sociedad colocar el peso y los sacrificios para echar a andar de nuevo la máquina capitalista, el neoliberalismo siempre tiene una respuesta unívoca, sencilla e ingenua para esta diatriba: en el hombro de las clases asalariadas. Sencilla en tanto concibe que la dislocación del mundo del trabajo y las relaciones de producción existentes como una vía expedita para relanzar la acumulación de capital; e ingenua porque soslaya la avalancha de dislocación social y autoprotección de la sociedad que siempre aguarda a la activación del “molino satánico”.
- La Larga Depresión venezolana y los estragos en el mundo del trabajo
En el libro La Larga Depresión venezolana realizamos un cotejo de las dimensiones económicas y sociales de la crisis económica que comenzó en Venezuela en 2013, colocando especial énfasis sobre la inseguridad alimentaria, la pobreza y la migración[8]. Igualmente, sostuvimos que tras el caos social, político y económico que ha vivido la sociedad venezolana desde 2013, había salido triunfador un particular realismo capitalista que en la economía se expresaba como acumulación por desposesión y neoliberalismo con características patrimonialistas, y en la política se vestía de dominación sin hegemonía, política del poder por el poder mismo y matrimonio entre capitalismo y Estado. Ahora bien, las relaciones sociales de producción y el mundo del trabajo tampoco escaparon del caos neoliberalizador, patrimonialista y la acumulación por despojo. La activación de la creación aniquiladora como solución (fix) al aguijonamiento de la lógica de la ganancia, sumada a la destrucción y desvalorización del capital, causó estragos catastróficos y “dislocación de la vida de la gente común”. Detengámonos, de manera muy descriptiva aún, en algunos de esos excesos.
Un primer asunto es la migración, la cual vista desde esta perspectiva implica la exportación de fuerza de trabajo originada por una caída al absurdo de los ingresos. Frente a las interpretaciones politicistas o idealistas de la Gran Migración venezolana, es pertinente recordar lo que David Landes llamó “la ley de la migración en las sociedades de mercado”: “La gente se va para mejorar su situación, y de esta manera mejoran el poder de negociación de aquellos que se quedan atrás”[9]. Mejorar su situación es, antes que todo, mejorar sus ingresos. A junio de 2024, la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela contabilizó 7.774.494 migrantes venezolanos. En julio de 2018, esta base de datos contabilizaba 2.115.455 migrantes venezolanos[10]. ¿No existe una relación directa entre el incremento de la masa de migrantes venezolanos y una política económica de carácter ortodoxo-monetarista sustentada en constreñir el empleo y los ingresos por mor a una estabilización de los precios?
Por otra parte, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) del año 2023 denota que el país ya no solo está perdiendo su fuerza de trabajo capacitada[11]. Mientras que en 2017 el 46% de los migrantes hombres y el 36% de las mujeres tenían educación universitaria, en 2023 son el 23% y 34%, respectivamente. Por otra parte, si en 2017 el 29% de los migrantes hombres y el 40% de las mujeres tenían educación media, para 2023 el 55% de hombres y 53% mujeres contaban con ese nivel educativo. En conclusión, la migración venezolana ha estado basculado en los últimos años desde el nivel educativo universitario al medio.
En segundo lugar, está la superpoblación relativa de trabajadores. Como hemos sostenido en reiteradas ocasiones, el propio proceso de acumulación de capital cuenta con las herramientas para corregir la desproporción entre el capital en circulación y la fuerza de trabajo disponible mediante la creación de un enorme ejército de trabajadores superfluos. La Encovi 2023 señala que en Venezuela existen 10.711.260 personas ocupadas, 401.818 personas en desempleo abierto y 307.366 personas en sub-empleo visible. Por otro lado, en la encuesta de 2014, el 35,8% eran trabajadores del sector público, al tiempo que el 26,2% del sector privado y el 30,06% trabajadores por cuenta propia. En la edición de 2023, los trabajadores por cuenta propia ascendieron al 48,3% y los del sector público y el sector privado descendieron al 20% y 22,6%. ¿No existe una relación directa entre una política que reprime los ingresos y el empleo formal con el incremento de los “trabajadores por cuenta propia”, una forma de llamar a la superpoblación relativa de trabajadores?
Un tercer fenómeno que denota los estragos de la creación aniquiladora como solución a la Larga Depresión venezolana es el emprendedurismo. En un estudio elaborado entre la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), para 2024 en Venezuela existían 4,7 millones de emprendedores. Por su parte, el Ejecutivo señaló en julio de 2024 que los “emprendedores” ascendían a 1,3 millones. Según el estudio de la UCAB y el IESA, el “97,7% [de los encuestados] dijo tener nulo o muy bajo nivel tecnológico y 50,4% solo tienen alcance al mercado local”[12]. Ello indica que los llamados emprendimientos, más que proyectos capaces de devenir en empresas que generen valor agregado y resuelvan problemas sociales, son iniciativas destinadas a paliar la crisis de ingresos de los hogares a través de la generación de un bien o servicio de escaso valor agregado; con el añadido de que en la mayoría de los casos ello implica el traslado de capacidades humanas a oficios donde las personas cuentan con menor preparación y productividad. Así, el estudio señala que el 71% de los emprendimientos se orientaban al consumo. ¿No existe una relación directa entre el fenómeno del emprendedurismo y la destrucción de la demanda y el empleo como componente central de la política económica ortodoxo-monetarista?
Un cuarto fenómeno característico de las complejas consecuencias de la activación del “molino satánico” es el patrimonialismo y la formación de un Estado depredador. El patrimonialismo es un tipo de relación entre el dominador político y los cuadros administrativos del Estado en la cual se privatizan los medios de administración públicos para generar ingresos privados. Así, la mercantilización por parte del funcionario público de los medios de administración, la autoridad o la función se convierte en una forma de incrementar sus ingresos vía prebendas. En la Venezuela de la Larga Depresión, la destrucción de los ingresos de los trabajadores empleados en el sector público ha producido un neoliberalismo con características patrimonialistas, rasgo distintivo de la economía política de Venezuela en la fase de estancamiento de la Larga Depresión venezolana. En el neoliberalismo con características patrimonialistas se mezclan la acumulación por desposesión con la privatización del Estado, desde el régimen político en lo macro hasta las relaciones entre el ciudadano con los cuadros administrativos en lo micro. En el caso venezolano, la expresión concreta de ello es un particular capitalismo de compinches.
- Crisis y legitimidad
Evocando a Schumpeter, debemos preguntarnos: ¿puede sobrevivir el capitalismo rentístico sustentado no en lógica del “mejoramiento casi milagroso de los medios de producción”, sino en la “catastrófica dislocación de la vida de la gente común? ¿Puede sobrevivir el capitalismo rentístico venezolano prescindiendo de las instituciones políticas y económicas que fue construyendo a lo largo del siglo petrolero para garantizarse su propio funcionamiento? ¿Puede sobrevivir el capitalismo rentístico venezolano, en su ocaso como ciclo de acumulación, a través de la regresión a formas políticas y económicas que hace tiempo había dejado en el pasado?
La evocación a Schumpeter en este punto obedece a la sugerente afirmación que expresó al preguntarse sobre el destino del capitalismo en el caos de la Segunda Guerra Mundial, según la cual “el mismo éxito del capitalismo mina las instituciones sociales que 1o protegen y crea, «inevitablemente», las condiciones en que no le será posible vivir…”[13]. ¿No es acaso la crisis de Estado en su conjunto con sus respectivas crisis de legitimidad, síntomas mórbidos, empate catastrófico y dominación sin hegemonía, ese “minar las instituciones” que lo protegen? ¿No existe ninguna relación entre estos fenómenos de las alturas políticas con nuestra particular inserción en el capitalismo histórico como proveedores de petróleo y captadores de renta internacional? De ser así, ¿por qué estos fenómenos de la política se han presentado de manera inescindible con una avalancha de dislocación social sobre el mundo de la vida y el mundo del trabajo?
En nuestro criterio ha sido el socavamiento del mundo del trabajo la condición de posibilidad para la destrucción de los tres mundos de la vida de Habermas, a saber, el mundo de los hechos, el mundo social y el mundo subjetivo[14]. Dicho en otras palabras, ha sido el socavamiento y destrucción del mundo del trabajo, de sus hechos y valores, de sus normas e instituciones, de su experiencia subjetiva, la condición de posibilidad para la destrucción del mundo de la vida y la instalación de un clima irracional en la acción social. De la misma forma que ha sido el socavamiento del mundo de la vida la condición de posibilidad para el derrotero reciente de la dominación sin hegemonía, esto es, dominación pura y simple, sin liderazgo intelectual ni moral y capacidad transformadora. La inversión de todos los valores en el aéreo mundo de la política siempre parte de un nihilismo sobre todos los valores en el mundo del trabajo. De ahí que, históricamente, las hiperinflaciones hayan sido fenómenos con tantos efectos en la vida política, ya que destruyen el núcleo mismo del mundo del trabajo: el valor de la vida y la noción de la riqueza. En resumen, la avalancha de dislocación social en el mundo del trabajo genera una avalancha de dislocación y crisis de autoridad en el mundo político. En definitiva, el capitalismo impulsado por el “molino satánico” mina las instituciones políticas y sociales que le hacen posible sobrevivir, forjando, tarde o temprano, al movimiento de autoprotección de la sociedad.
Los seísmos en el estructural mundo del trabajo tienen profundos impactos en el mundo de la política. Sería ingenuo pretender que una crisis económica de la dimensión de la Larga Depresión venezolana no pusiera en vilo la arquitectura formal, pero sobre todo sustantiva, del “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. Y en este punto llegamos al asunto de la “crisis de legitimidad”. Recordando a Weber, es preciso insistir en un concepto sustantivo más que formal de la legitimidad. Weber dijo: “según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obediencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizarla, como el carácter que toma el ejercicio de la dominación”[15] ¿Qué tipo de legitimidad y dominación puede surgir del socavamiento del mundo del trabajo y el mundo de la vida? ¿Puede resistir la legitimidad racional-legal una avalancha de dislocación social de las dimensiones de la Larga Depresión venezolana? Para Habermas, “con las crisis asociamos la idea de un poder objetivo que arrebata al sujeto una parte de la soberanía que normalmente le corresponde”[16]. La Larga Depresión venezolana es una crisis económica, política y social que, partiendo del socavamiento del mundo del trabajo y el mundo de la vida, colocó al Estado venezolano en dirección a una transición hacia el arrebato de la soberanía del sujeto pueblo y la construcción de una legitimidad patrimonialista estamental-monopolista. Es en la reconstrucción del mundo del trabajo y el mundo de la vida donde está el antídoto y la fuerza para dirigir el péndulo en dirección contraria a la dominación sin hegemonía y el patrimonialismo.
Referencias
[1]Schumpeter, Capitalismo, socialismo, democracia, Barcelona, Ediciones Orbis, 1983, p. 60.
[2] Véase Ibid., p. 119.
[3] Ibid., p. 120.
[4] K. Polanyi, La Gran transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 2017, p. 95.
[5] Ibid., p. 193.
[6] D. Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007, pp. 24-26.
[7] Véase K. Polanyi, La Gran transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, cit., pp. 132-134.
[8] M. Gerig, La Larga Depresión venezolana: economía política del auge y caída del siglo petrolero, Caracas, Cedes/Trinchera, 2022, especialmente capítulo 1.
[9] D. Landes, La riqueza y la pobreza de las naciones, Barcelona, Javier Verga Editor, 1999, p. 226.
[10] Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V). Disponible en: https://www.r4v.info/
[11] Véase Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi). Disponible en: https://www.proyectoencovi.com/
[12] “Solo 5% de los emprendimientos se convierten en empresas formales en Venezuela”, Banca y negocios, 12 de junio de 2024. Disponible en: https://acortar.link/ozzhz7
[13] J. Schumpeter, Capitalismo, socialismo, democracia, cit., p. 96.
[14] Dirá Habermas: “Al actuar comunicativamente los sujetos se entienden siempre en el horizonte de un mundo de la vida. Su mundo de la vida está formado de convicciones de fondo, más o menos difusas, pero siempre aproblemáticas. El mundo de la vida, en tanto que trasfondo, es la fuente de donde se obtienen las definiciones de la situación que los implicados presuponen como aproblemáticas. En sus operaciones interpretativas los miembros de una comunidad de comunicación deslindan el mundo objetivo y el mundo social que intersubjetivamente comparten, frente a los mundos subjetivos de cada uno y frente a otros colectivos. Los conceptos de mundo y las correspondientes pretensiones de validez constituyen el armazón formal de que los agentes se sirven en su acción comunicativa para afrontar en su mundo de la vida las situaciones que en cada caso se han tornado problemáticas, es decir, aquellas sobre las que se hace menester llegar a un acuerdo” J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, I: Racionalidad de la acción y racionalización social, Madrid, Taurus, 1999, p. 104.
[15] M. Weber, Economía y Sociedad, 3era ed. en español de la primera en alemán, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 297.
[16]J. Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Madrid, Catedra, 1999, p. 20.