Gobierno de Trump, desafíos y oportunidades para América Latina y el Caribe

© Sandra Iturriza

       Los lineamientos y acciones que viene tomando Donald Trump, desde su juramentación como Presidente de Estados Unidos y de manera especial en los últimos días, dan cuenta de un replanteo en la manera de ejercer la supremacía geopolítica de este país, a partir de un intento de recuperación del poderío económico interno y de una intimidatoria política internacional mediante el ejercicio del poder duro, en el marco de las contradicciones entre globalistas y proteccionistas que protagonizan las elites capitalistas del mundo.

     Es clara la intencionalidad de contener la llamada anarquía en las relaciones internacionales que, desde la perspectiva de la administración Trump, ha profundizado el proceso de globalización de las últimas cuatro décadas. Entiéndase anarquía, en este contexto, como la ausencia de una autoridad reconocida, bien sea de hecho o de derecho, que garantice el orden internacional.

     Sin embargo, no es nueva esta noción de las relaciones internacionales. Pareciera más bien un intento de retornar a la plena restitución de las áreas de influencias de los tiempos de la Guerra Fría, ahora en este tiempo bajo la égida de Estados Unidos y Rusia, según la visión de Trump y no necesariamente compartida por el Kremlin. Por ahora, la estrategia definitiva hacia China, más allá de lo comercial en la coyuntura, parece diferida hacia un mediano plazo, que considero no tan lejano.

     En este pretendido escenario, Estados Unidos emergería de nuevo como el hegemón de los valores de la cultura occidental, donde la Unión Europea debe subordinarse o será dejada de lado. En este esquema, nuestra América Latina y caribeña no tendría opción de negociar nada, se demanda es la subordinación incondicional a la estrategia de fortalecimiento interno de la economía y la seguridad estadounidenses y el sometimiento absoluto a un gobierno internacional de facto.

     Aranceles, canal de Panamá, contención de la migración, calificación de terroristas a bandas criminales comunes en nuestros países, una nueva etapa de asfixia a Venezuela, constituyen apenas el inicio de una escalada de máxima presión a nuestra región, con el fin de lograr el alineamiento, mediante un tipo de diplomacia gansteril, donde se imponen las relaciones con una pistola en la sien.

     Sin duda que todas estas políticas encontrarán resistencias políticas y tendrán consecuencias económicas no deseadas, sobre todo al interior de Estados Unidos, que tal vez hagan que Trump desacelere coyunturalmente el ritmo de avance en su estrategia, como ha ocurrido recientemente con el diferimiento de la aplicación de aranceles a sus socios comerciales, México y Canadá.

     Frente a esto, a América Latina le ha llegado la hora, más allá de las diferencias, más allá de las realidades políticas en cada país, de avanzar con pragmatismo en una coordinación de esfuerzos en materia comercial, energética, de lucha contra el narcotráfico y la violencia, de atención a la migración y de cooperación en materia de seguridad y defensa.

     México, Cuba, Brasil, Venezuela, Colombia y Uruguay parecen ser, a nuestro juicio, los llamados en este momento a motorizar una iniciativa de convocatoria a la mayoría de países latinoamericanos y caribeños que estén dispuestos a hacerlo, lo deseable sería en el marco de la CELAC, mediante un esfuerzo de cooperación que contribuya a responder a las necesidades de la región, generadas por esta nueva situación, según las capacidades y potencialidades de cada país.

     Esta convocatoria no debe ser pensada como una estrategia de confrontación hacia el gobierno de la Casa Blanca, ni negadora de los esfuerzos que cada país haga para lograr acuerdos soberanos con dicha administración.

     Esta iniciativa debe proponer una agenda resolutiva en los siguientes temas: colocación en la región de excedentes agrícolas e industriales generados por la imposición arbitraria de aranceles; desarrollo de un mercado energético complementario; política y fondo común para atender a la población migrante en el camino de retorno hacia sus países de origen; coordinación internacional contra los flujos de los narcocapitales y armas provenientes desde Estados Unidos; cooperación en materia de inteligencia preventiva frente a acciones reales o de falsa bandera por parte de bandas criminales que pudieran constituir pretextos para eventuales operaciones especiales, de los órganos de seguridad de Estados Unidos bajo la bandera del antiterrorismo, dentro de nuestros países; asumir la defensa diplomática de la propiedad del canal del pueblo panameño como un asunto de interés común; entre otros puntos.

     Se reconoce que actualmente hay diferencias entre los países llamados a motorizar este esfuerzo común, algunas insalvables, acerca de los modelos políticos adoptados. Sin embargo, el bien superior de la soberanía, el desarrollo económico y la seguridad de nuestros países se impone en esta coyuntura inédita.

     Hay que deponer actitudes de todas las partes, desmontar los llamados irritantes que hoy tensan las relaciones entre los países. Es la hora de una visión estratégica para sortear esta agresiva etapa de la política norteamericana.

     El gobierno de Venezuela tiene que dar un paso al frente, sacando del camino cualquier obstáculo menor que impida relaciones fluidas con nuestros vecinos y otros países de la región. Las relaciones internacionales de un país no solo son resultado de su política exterior, sino también de cómo su política interior puede impactar en las situaciones internas de otros países, especialmente si son vecinos o aliados. Es la hora de la audacia, de salir del atrincheramiento y lanzar una nueva ofensiva por la unión latinoamericana y caribeña.

     Nunca antes los temores sobre un dominio absoluto de Estados Unidos han sido tan ciertos, pero también es cierto que nunca antes en la historia reciente habíamos estado en la necesidad urgente de actuar juntos como región y eso constituye una gran oportunidad.

     Si se actúa como bloque, se pudiera aprovechar las contradicciones que Trump ha abierto con sus aliados europeos y encontrar puntos de coincidencias con las corrientes democráticas de estos países, incluso dentro de los propios Estados Unidos.

     América Latina y el Caribe tiene que construir un camino hacia el resto del mundo, que le permita salir airosa de la amenaza de este reordenamiento mundial al cual nos intentan llevar bozaleados.

     Más allá de los gobiernos, la izquierda tiene que ser convocante de una gran alianza democrática internacional. Hay que tomarse en serio la insurgencia de la llamada “derecha alternativa” en sus distintas variantes y comprender que son algo distinto a los fascismos del siglo XX.  Tienen una concepción más elaborada de la supremacía y un discurso muy afinado tomado del llamado sentido común de la población, por tanto son más peligrosos y por eso no deben ser desestimados.

     Seguiré abordando con más profundidad este último tema en próximos artículos.